A Eva López
Un mar: tu laberinto era un mar.
Tu esperanza se inclinaba al costado contrario,
aunque la frontera parecía irreparable en el suceso.
¿Dónde estaba aquel gran dios vacilante?
Nuestras madres estaban allí,
cerca y fuera hasta el fondo.
Sus labios pronunciaban juicios.
Y nuestro tedio se enfrentaba a un laberinto sin nombre.
¿Por qué corrías hacia el bosque?
¿No veías que en el corazón de ellos reposaban
los restos de tu piel?
Desde una burbuja
te conté el milagro de conocer el gris del mar.
Has cogido el laberinto por las manos
y lanzándolo a los arbustos cantas:
Me he nombrado la piel.
Hoy es mi primer día.
De De violetas, mares, cielos y cartas
Autora: Beatriz Pérez Sánchez